El brillo de mis ojos

Hace algunos meses me casé, el 22 de marzo ante los nuestros y bajo nuestras reglas y nuestra ley, Pablo David y yo escogimos juntar nuestro camino.

Durante años he escrito mucho sobre el amor, sus demonios, sus promesas, mi independencia, mis deseos, mi felicidad y mis dolores también, por eso me parece apenas justo reflexionar sobre este camino que empiezo y el que he recorrido y que me ha traído hasta acá.

 

El matrimonio lo vi en algún momento como una meta, luego como un imposible y luego como un innecesario, creo que esa “suerte” para mí no era muy claro si sería buena o mala. Tuve muchos años para volverme mi persona favorita y para conseguir una vida de tranquilidad individual, tenía paz. Por eso cuando Pablo se me cruzó por el camino no tenía una lista de requisitos para el marido. Talvez lo único que pensaba era que si llegaba alguien era para compartir esa vida mía, no había ni necesidades, ni listas, ni siquiera tenía presente que yo estaría también destinada a compartir otra vida. Para mí, si el marido no había de aparecer, estaba bien, ya había ganado el juego, y solo me esperaba una vida para mí, muy larga.

 

Pero la vida tenía otros planes, y sin buscar, incluso sin querer, Pablo apareció como lo que nunca me imagine que querría, con su irrepetible serenidad, su persistencia inteligente y con ese sosiego que me da cuando está cerquita, me sacó de mi cause y me rompió cada una de mis “inseguridades” y mis rutinas, y para no perder la costumbre que venía de hacía unos años me hizo tragarme mis palabras hasta que cedí al experimento de nosotros, ese del que hoy gozo todos los días. Poquito a poquito nos fuimos transformado ambos, como engranando lo que parecía inconcebible, y ahora como le dije alguna vez, no quiero que jamás se vaya. Con él acaba de empezar lo que yo creo es la segunda mitad de mi vida, el segundo tiempo después de haber ganado el primer juego. La vida se me acaba de volver irremediablemente más corta, porque ningún espacio de tiempo es suficiente para vivirlo con Pablo David.

 

Aunque pocos me crean, yo no soñaba con el cuentico de hadas; con la boda. Si soñaba con el vestido, corrijo, con los vestidos y en algún momento sí que soñé con el matrimonio; eso que es la construcción de un hogar, pero la boda, esa, no me la soñé, y mucho menos la que tuvimos. Esa era imposible de imaginar, fue lo siguiente. Una ceremonia de poesía, llena de palabras y rituales con nuestro sello puesto en cada número, en cada manzana, en cada brindis, una comilona con una familia de 300, y un fiestón inolvidable.

 

Después de 3 meses de planeación y gozándome cada segundo con mi mamá, pensando en mil detalles, de considerar el mundo de Pablo como propio, de darle significado a cada cosa que incluíamos y siendo fieles a nuestras propias verdades y nuestras propias reglas se llegó el día cuando caminaría con nervios hacia el “altar”. Caminar era lo que más susto me daba.

 

Alistándome, desde la ventana del cuarto de mi mamá vi llegando invitado por invitado, vi como el día abría después de días de lluvia, y la luz brillante del sol permeaba un sinfín de sillas que miraban a un altar de flores y manzanas con la “casa de chocolate” de fondo, La pollera. Con ganas de bajar, inquieta como solo yo sé estar, porque no me quería perder ni un segundo de mi evento con mi gente, quize ser parte y no novia, estar en mi rol habitual, el de anfitriona. Es que la novia está escondida, se pierde el primer pedazo, la bienvenida. A mí no me gusta perderme NADA.

 

Buscaba desde la ventana ansiosamente entre la multitud a mi novio, a mi Pablo David. Los dos sabíamos qué esperar del día, pero no nos veíamos desde el día anterior y la mañana sería cada uno compartiendo con su familia, un ritual tan acorde a ese momento. Yo con mi típica impaciencia, pensaba: ya quiero verlo, ya quiero que me vea, pero nada que llegaba, nada que aparecía. A lo lejos un vestido palo-rosa oscuro, me hizo saber que los Lemoine Arboleda habían hecho su arribo a la Pollera. Amanda estaba por ahí. Eso significaba que su hijo, a quien me entregaría en unos minutos, también estaría por ahí. ¡Por fin lo vi! ¡Guapísimo! como me lo imaginaba, con su traje azul media noche, su corbata azul clara, sus zapatos marrones y sus manos en el bolsillo, caminando con calma, pero con una evidente expectativa, atónito con lo que lo rodeaba. La materialización de los planes de meses ahora tenía color, forma y temperatura. Estábamos igual. Tenía una sonrisa que no le cabía en la cara, saludaba con emoción a todos los invitados, mientras yo desde lejos solo pensaba: que se sienten, ¡me quiero casar! ¡Ya! Mientras pasan los minutos y el público se acomoda, mientras el equipo de logística corre de lado a lado yo ya empiezo a pensar: todas estas personas solo me están esperando a mí, y por primera vez desde que decidimos casarnos siento un poco de pánico escénico. Yo solo quiero llegar hasta donde está Pablo de la mano de mis hombres y gritar a los cuatro vientos que yo lo amoro más, que no había ganado el juego sin esto.

 

Me pongo el vestido, mi mamá, mi hermana, mi sobrina y mi Luisa María me alistan y me entran unas mariposas en el estómago como cuando me di el primer beso. Salimos con Santi por detrás de la casa y oigo a lo lejos la canción de Pablo sonar; “Eres Tú” y sé que él ya está caminando hacia el altar, ¡se llegó la hora! Nos metemos un pique hasta el lugar desde el que planee salir aprovechando que los invitados tienen los ojos en el novio. Agarro a Santi del brazo como si fuera un salvavidas. Mientras me escondo oigo muy bajito que la música cambia y entre la impaciencia y la ansiedad me imagino a mi pequeña pajecita, Elisa con sus alitas y a otro pequeño pajecito, Emilio, con su pinta de niño grande caminar llenado de ternura a los invitados, sé que Paula estará por ahí con unos dulces seduciéndola desde lo lejos para que no se pierda en el camino y llegue hasta donde Pablo, me estoy perdiendo de semejante espectáculo, toda la entrada y pienso, ojalá todo quede grabado.

 

Miro a Eugenio, le pido que espere, el caminará conmigo también, juicioso como es, no se mueve hasta que doy el primer paso. Suena porfin la canción que escogí “When you say nothing at all”, sé llegó mi turno; nos dan la salida, respiro profundo tres veces y le digo a Santi que me tiemblan las piernas. Pablo no sabe de dónde saldré, es la única sorpresa que he guardado hasta hoy. Como echándonos al agua, damos el primer paso y arrancamos la travesía hasta donde está Lucho, para el primer cambio de mano. A medida que caminamos, la música se oye más fuerte y un par de invitados me ven, rápidamente y entre susurros le avisan a los demás, que ahí viene la novia. Desde lo lejos no logro ver a Pablo, no puedo levantar la mirada de los nervios. Una vez llego a mi primera “bandera”, Santi me da un beso y paso a manos de Lucho, con risa nerviosa retomamos el camino, sigo sin ver a Pablo, pero siento todos los ojos sobre mí, sé que ya me vio y mientras camino pienso, ¿qué estará pensando? Subimos las escaleras, caminamos entre los árboles otros 10 metros y me encuentro con Tito, la sonrisa encandécete de Tito me contagia con alegría y tranquilidad; mi hermano menor me tiene de la mano; todo está bien. Lo abrazo como si no quisiera soltarlo y me invade una nostalgia de nuestra vida juntos Sanka y Sanka, como me hace de feliz caminar con Tito, me siento tranquila protegida, celebrada. Eugenio fiel compañero camina al lado, hace cada pausa y me sigue sin despegarse. Entre pasos, cruzamos un par de palabras, no sé bien qué, pero a medida que me acerco de blanco veo a Pablo. Llegamos a la cima de las escaleras, hacemos una pausa para empezar a bajar y por fin cruzo la mirada con el hombre más guapo del lugar, ¡mi marido! Por un instante quiero detener el tiempo, bajo pausadamente con Tito y Eugenio las escaleras hasta que me encuentro con Alejandro, quien me espera con sus gafas oscuras, que ha decidido dejarse para protegerse de las lágrimas, nos damos un abrazo apretado como no solemos hacer nunca y estando en manos de mi amigo más poderoso me es imposible contener las lágrimas, toda mi vida pasa frente a mí en 3 segundos, y sé que estoy acá gracias a él, a los míos, y todos están acá. Empieza la travesía entre los invitados y con mariposas en el estómago, pero una tranquilidad infinita, nos dirigimos hacia María Lina; mi mamá y veo a mis sobrinos, a mi hermana Laura a Restrepo, a Anamaría con el ojo agüao’, con una felicidad que puedo sentir desde lejos. Me acerco a mi mamá para que me dé un beso y su poderosa bendición, antes de que sea mi hermano mayor quien me entregue a manos de Pablo David. Me entrega con unas palabras que apenas le salen, y con la voz entrecortada le dice: “En nombre de mi papá le entrego a mi hermana”. Se me para el corazón. Le doy un beso a Amanda que tiene a Pablo de brazo como su diamante más preciado y me dice “esto es para siempre”, a lo que asiento y repito “para siempre.”, con su alegría característica me entrega a su hijo con una felicidad contagiosa. Nos damos un beso y la adrenalina inmediatamente desaparece y pienso: this is home.

 

Home porque estoy con Pablo, cuidada por mi familia, rodeada por mis amigos, y acogida ahora por una familia nueva, con Eugenio de guarda espaldas completando nuestra diminuta familia. Estoy en el jardín donde crecí, donde tantas veces eche siesta en cobijas de lana con ruana, viendo crecer la palmera mientras pastábamos, veía mi niñez en un charco inmenso jugando a mojarnos con los primos, a mi papá en el coche, la polea y cada amigo que rodó hasta ese jardín, a mi papa lavando su camioneta, la imagen de mis hermanos montando a caballo en las mañanas en Malagueña y Alborada, donde vi tantos almuerzos de amigos de mis papás y hermanos, que además estaban ahí, con nosotros, un lugar donde tantas cosas han pasado, el rincón del universo de los Dávila Mc Allister, estoy en el lugar correcto, en mi casa, en el lugar de mi historia, en los recuerdos de mi familia y en manos de mi papá.

 

La ceremonia la ofician Lucho y Luisa, con esa autenticidad y familiaridad que me llena de felicidad y orgullo, todo al tiempo y como lo habíamos planeado, hablan nuestros papás y hermanos y se fajan cada uno, unas palabras a las que ningún adjetivo puede hacerles justicia. Si que somos afortunados, ¿a qué hora es que nos quieren y tanto, con esta incondicionalidad absoluta? Algo hemos hecho bien, la suerte la tenemos toda.

 

Llega nuestro turno, los votos que sé que ambos pensamos y escribimos con el único objetivo de que no fueran transferibles, de que no fueran un cliche, un momento de verdad. Arranco yo, y estoy llena de nervios porque, aunque quiero declarar a los 4 vientos mi amor y mi genuino compromiso, tantas miradas me ponen la presión de hacerlo todo bien. He practicado para no llorar, pero sé que es inevitable, y pienso: si hay un día para ser vulnerable, para llorar, para dejarme ver, es hoy. Así que leo, lloro, interrumpo y después de comprometerme como nunca antes, cierro diciéndole a pablo que “hoy nace nuestra familia”, la que se convertirá en la primera y más importante de acá en adelante.

 

Expectante y con el alivio de ya haber terminado, empieza Pablo y abre con lo que usualmente se oye al final, y sin rodeos lo primero que dice, con fuerza y determinación: “Helena, la amo con toda mi fuerza, con todo mi ser”, ya con eso podría no haber dicho ni una palabra más y yo ya estaba capturada para siempre. Pero muy a su estilo, sus votos me hacen sentirme la persona más afortunada del planeta, la que tiene un marido que no tiene fachada, es como es, que me quiere, que me protegerá siempre y que no duda, que no conoce la palabra huir y que estará para todo, un hombre para quien este amor no pasará de moda. Cierra con una frase divina, que lo resume todo: “este amor es para la eternidad” y yo pienso, ojalá que la eternidad realmente no termine nunca.

 

Firmamos con quienes sabemos que son la barra más brava que podemos tener 7 mandamientos que hemos construido juntos durante nuestro tiempo juntos, para que nunca seamos víctimas del ruido, ni de nosotros mismos y con eso Lucho nos declara marido y mujer, nos damos un beso y de la mano con una sonrisa que no nos cabe en la cara salimos celebrando entre música, aplausos y amor del que se siente hasta en la piel. ¡Nos casamos! a nuestros 42 tomamos una decisión de vida que a los 25 jamás habríamos podido tomar, no nos quedaron pendientes. Empieza el segundo tiempo, debe ser ese el nuevo brillo de mis ojos.

 

Continuara…