¿Cuándo será la primera vez que sin darnos cuenta aprendemos a mentir? viendo lo visto creo que las mentiras blancas, su cortesía y la excusa de la “buena educación” nos acostumbran casi desde el primer año de vida a vivir entre espejismos que nos cuidan de la realidad. Claro, es que todo baja más fácil, como diría Marry Poppins, cuando se toma con una cucharadita de azúcar. Es más fácil oír que “todo va estar bien” o “todo pasa por algo” que aceptar cuando nos toca la crudeza de la verdad. Pero lo grave es que no sólo es fácil oírlo, es más fácil decirlo, porque la piedad mentirosa es rápida por lo superficial, liviana por lo banal, y aceptada por lo normal.
Nos pasamos años ente cordialidades y normalidades que le dan forma a una flexibilidad de la verdad que está muy lejos de ser tildada de pecaminosa. Así se nos tatúa en la piel, justificando versiones de la verdad perfiladas con la intención de un “bien” que cae bien.
Porque es que en mi casa la trampa y la mentira eran una falta tenaz. Pero la realidad es que eso era más en papel que en principios, porque en la práctica, la cotidianidad estaba llena de cordialidades mentirosas y de excepciones a la regla que mirándolo bien eran toda una contradicción. La VERDAD siempre fue importante para lo IMPORTANTE y la mentira era inaceptable para lo consecuencial. Lo mal intencionado y lo ventajoso se separaban con una línea oscura de lo intrascendente y lo frecuente. Copiarme en un examen si ni de vainas, pero colarme en una fila en Disney eso no le hacia “daño” a nadie, es más, el costo/beneficio de tiempo y carcajada todo lo justificaba. Era como haber aprendido a “rejo” a jamás pegarle a otro ¿en que cabeza cabe eso?
Pues de chiquita, inevitablemente, fui mentirosa. Según lo veo yo, no de las mentirosas graves, pero si mentirosa. Decía una mentirita por ahí para protegerme, otra por allá para entretenerme, otra por aquí para superarme. Y una a una fueron inventando mi historia y adornándola con resaltador fosforescente. Pocas o ninguna me trajeron consecuencias tales, que me enderezan el torcido con el que había crecido. Pero, así como el dicho de: “hijos chiquitos problemas chiquitos, hijos grandes problemas grandes”, también así “niños chiquitos mentiras chiquitas, niños grandes mentiras grandes”. Entonces de más grande, vinieron las mentiras grandes, esas que se desbordan, que hieren, esas que nos separan del bien y del mal, esas, las que tienen consecuencias, las que también pasan, pero que siempre dejan huella. Esas, las grandes, las que nos definen y que muchas veces nos desvían el camino a voluntad de sus realidades blandas.
Pero es que lo sutil y lo diario tienen un poder tan grande que a la hora de procesar no hay forma de sacar a los principios para ponerlos a luchar contra los hábitos y pretender que lo poco gane sobre lo mucho. Tantas mentiras blancas, piadosas y bien intencionadas me enseñaron a mentir y durante años me dejaron con rabo de paja de ese que tenemos todos.
Y así pasaron años entre mentiritas blancas y grises, pero con la columna recta y una intensión de honestidad general, para estar del lado correcto de la vida. Porque el discurso con el que crecí fue siempre que lo correcto valía oro, aunque no trajera oro.
A mi más temprano que tarde, los engaños y una que otra mentira me alcanzaron y me atajaron en seco y así, en lo profundo, me trastornaron y me transformaron. Tanto que para bien. Y me volqué hacia la única forma de protegerme y de sobrevivir que fue aferrarme de ese lado imprudente y directo para volverme frentera, exigente y responsable de todo, hasta de lo más trivial.
Pero ahora de grande que oro ni que oro, que verdad ni que verdad. De grande ya eso de estar del lado “correcto”, hoy siento que me aísla. De hecho, muchas veces el discurso que recibo es que hay que relajarse, no tomárselo personal, no darle importancia. ¿Pero entonces en qué momento fue que lo MÁS importante que debía interiorizar yo, que era la HONESTIDAD y con lo que debía estar destinada a rodearme, de repente simplemente, está entre un rango de tolerancia porque nadie es perfecto y todos nos equivocamos? Yo no quiero aprender a vivir así tolerando mentiras y quedándome sin el oro al final del arcoíris. Desconfiando de todo y de todos. Yo quiero sentirme esperanzada de que puedo vivir entre verdades y compromisos y no entre miedos y dudas.
Podemos equivocarnos de hecho lo hicimos, lo hacemos y lo haremos, pero, así como a quien quema una torta en el horno y su “pecado” fue quemarla, quien miente, MINTíO. Las cosas por su nombre. Que la palabra error no le reste ni importancia, ni color a lo que un engaño es.
Y es que la VERDAD nunca ha estado de moda, seguramente porque es aburrida o porque nunca es completa. Porque dormir tranquilo a perdido su valor en un mundo con Netflix, o la verdad no se bien por qué. Pero lo cierto es que estar más de este lado que del otro la verdad-verdad, es un esfuerzo mamerto que a ratos no se si valga la pena hacer. Yo no veo a los mentirosos sufriendo, ni a los infieles temblando, mucho menos a los tramposos pagando. En cambio, yo que hoy he escogido preferir la verdad y el esfuerzo, sobre los atajos y el engaño, más bien me decepciono de mucho mientras me ilusiono de poco.
Aclaro que lo poco mentirosa o voluntariosa que pueda ser siempre me pesa y me rotulo mentirosa cuando lo soy, no me escondo entre lo humana o imperfecta que pueda ser. Porque eso siempre soy, pero cuando soy mentirosa no me estoy “equivocando”, estoy MINTIENDO y uno miente por elección.
Pero excusas y razones habrá muchas. De cuentos y fabulas está lleno el mundo que disfraza el miedo a las consecuencias entre caperucitas y lobos feroces. Donde una buena excusa lo justifica todo y lo restablece todo. No digo que nos vayamos a la hoguera como dueños de la verdad. Pero si ojalá mi humanidad nunca sea excusa para librarme de la responsabilidad de hacerme con lo necesario para corregir y para ponerle el pecho a las palabras que por momentos me definen por razón a lo que escojo. Si miento, engaño o hiero que sea con la cabeza abajo, pero con el pecho por delante, que llame a mis errores por su nombre y a mis correcciones por mi vínculo con mi propia responsabilidad.
No se cuantas veces oí eso de que uno no es medio virgen o medio ladrón, uno es o no es, nada de porcentajes para salvarse, nada de grises. Sí, errar es humano y perdonar divino, pero lo que lleva de uno a otro no pueden seguir siendo las excusas y los engaños que de negros se tornan blancos. Lo que de lo uno lleva a lo otro debería ser la VERDAD-VERDAD.