Este es talvez el escrito más personal y “valiente” que he escrito, por alguna razón hoy amanecí con ganas de hablar justo sobre esto. Confieso entonces, en parte por conjeturas de la vida, que algo de vergüenza me genera, aun cuando nada de vergonzoso tiene. Pero son cosas de la mente. Acá haré mi mejor esfuerzo por compartir algo tan olvidado como presente en mi vida. “El marido”, ese que siempre me ha evadido.
¿Desde que me fui de aventura la pregunta que más recibo por parte de mis amigos y allegados es: ¿“Helen, ya se consiguió marido? ¿Millonario?” ojo, porque no se conforman con marido además la expectativa es: millonario. Algo muy cómico y genial al mismo tiempo. Soñar es gratis, aun cuando no tengo claro que ese sea necesariamente el sueño para mí; lo de millonario quiero decir. Mi amiga Diana me recuerda al menos una vez a la semana que tengo que volver con “marido” o mínimo con un par de historias de amoríos pasionales pasajeros. Marce en cambio, no se contenta con que yo consiga “marido”, me dice que también le consiga uno a ella; cosa que seguramente hasta me sería más fácil. Si bien no sé cómo se consigue el propio, si he sido en varias ocasiones una gran celestina. Luego están los que me dicen que me meta a un dating app, cosa que me parece abominable. Pero lo más fascinante es que me preguntan por “marido”, entiendo que, a esta edad, de pronto el novio parece poca cosa, pero a estas alturas del partido el novio también suena seductor, de hecho, incluso más. Pues amigos, la respuesta es NO, no he conseguido, ni marido, ni amante bandido, ni novio, ni peligros, de hecho, no me he sentido muy en la jugada. Aunque puede que sea una mala noticia, debo decir que no me es una sorpresa. Pero lo interesante de esta situación no es la negativa a la pregunta, es mi análisis del porqué. Así que acá va, advierto que es una teoría, simplemente eso.
Desde que planee mi viaje, aunque había muchísimas cosas más densas y logísticas por las cuales preocuparme, si, en el fondo; bueno de pronto ni tan en el fondo, algo en mi pensaba con el deseo, no del marido, sino de un golpe de suerte de un amor repentino e imprevisto, una coincidencia natural, una excepción a mis escepticismos. Algo así como esas cosas que pasan en las películas, pero sin tanto bombo, aunque si una historia buena, entretenida, algo que tuviera su encanto. Tuve muy claro que estaba por darle a la vida de mí; de mis riesgos, de mi valentía, de mi aventura, revolviendo el avispero, exponiéndome a la posibilidad de coincidencias de esas que a veces parecen más destinos. Sentí o sigo sintiendo, que con eso podía, incluso, que merecía que se me torciera la suerte a mi favor y con esas nuevas vibras la vida me quisiera sorprender.
No ha sido así, aunque tampoco del todo estático. He tenido dos sorpresas durante mi viaje, chéveres, pero pareciera que la vida se me quisiera burlar y muy al estilo de Alanis: irónicamente, me hizo conocer a un hombre de “sueños”, pero también supe de su linda esposa. El segundo no estoy tan clara si no cuajó o si él no estaba jugando para el equipo que yo necesitaba. Ironías de la vida. Aunque agradezco esos dos momentos cortos, superficiales y pasajeros, algo de profundidad tocaron, y me recordaron que esas cosas pueden pasar a mi edad y a mi. (De mi edad también les hablare más adelante.) Pero no me deja de sorprender que con todo lo que he hecho por mí, y por hacer una versión de mí; modestia aparte, sensacional, en esta área, la vida no me eche una manito. En el resto no lo pido, me lo sudo, me lo gano, me lo busco, pero acá debo decir que la suerte es un factor casi más importante. De pronto es pedir mucho cuando en lo demás las cartas siempre están a mi favor, y hasta me siento abusiva de pedirlo. Pero es que, si no hay suertes, no hay formas de aprovechar las oportunidades, porque no existe ese algo sobre lo cual construir. Honestamente creo que en el amor la búsqueda no debe ser activa, pero si debe ser reactiva; si no hay a que reaccionar, no hay que conquistar.
El primer obstáculo es que, aunque he viajado a muchísimos sitios, lo he hecho a hoteles y lugares a donde no van personas en busca de parejas o de peligro, porque van en busca de celebrar el amor o la familia. Básicamente yo he sido la única viajera sola, incluso hasta eso ha causado un impacto. Así que, expuesta a opciones, no tanto. Además, he escogido locaciones más remotas, más rurales, menos “peligrosas”, quería un viaje algo contemplativo, lo que hace que lo números no me favorezcan necesariamente. Lo segundo, es que viajar con Eugenio, aunque es una gran herramienta para entablar conversaciones, también es un “safe haven” y me hace sentir cómoda, a gusto, y acompañada. Si de la vida nocturna se trata, aunque si me gusta salir a comer, la vida nocturna con Eugenio es más difícil, ir a un bar no es realmente una opción, ni con él ni si él. Lo tercero es la temporalidad, en 4 meses ya llevo 45 destinos, entre 11 países, nuevamente las estadísticas no están a mi favor. Por eso es que hablo de un golpe de suerte inesperada. Esos momentos donde aparecen oportunidades como aeropuertos, restaurantes o simplemente “puahi”, no los he dejado pasar en vano, pero no han pasado a mayores.
Luego están las taras personales. Que esas son un poco más complicadas. Empiezo por mi perdida de romanticismo o de fe. Durante décadas fui una creyente absoluta de que el amor lo podía todo, porque cuando yo siento amor de cualquier estilo, ese fuego, y ese impulso es interminable. Tengo claro que yo por amor haría cualquier cosa, de hecho, muchas veces así lo he hecho aun cuando ha sido a costa mía, pero la vida me ha hecho ver que eso es una cosa mía, no necesariamente de los demás. Creía que la distancias, las normas, los tropiezos y barreras por altas que fueran eran completamente conquistables; si yo quería, yo podía. Pero con el paso de la vida fui viendo que eso es algo que es individual, cosa que me dio muchos malestares y muchas decepciones. Si yo me enamoraba del que estaba lejos, creía en lo más profundo de mi ser que podría hacerlo funcionar, hiciera falta lo que hiciera falta, si era un primo o un amor imposible yo sabía que si había amor cualquier barrera se podía superar, porque el amor hace la excepción. Si era una cuestión de edad, de familia o de compromisos nos resueltos, el amor lo podría todo. Pero a mis 41 años, ese romanticismo lo perdí por completo. Mis últimas dos parejas; la primera era 4 años menor y estaba en otro momento de la vida o más bien de madurez, y yo viví ese amor con paciencia, comprehensión y con ilusión de ayudarlo a construir sus sueños, mientras los míos podían esperar, pero mi amor no lo pudo todo; no era suficiente. Luego vino otro, un hombre mucho mayor, aparentemente “hecho y derecho”, recién divorciado con dos hijos y amigo de mi hermano, no era precisamente el sueño de una mujer de 30, pero como el amor lo puede todo yo entendí de generosidades, de aguante, de frentear a mi hermano así tuviera que hacerlo sola, porque a mí el coraje me sobra siempre. Quise entonces jugar el juego largo y no a la satisfacción inmediata. Supe entender sus tiempos, mientras él aparentemente curaba a mi lado sus heridas, pero no, acá tampoco alcanzó el amor, tuvo que venir el amor de otra. No era que no entendieran el amor es que preferían el de otras, el mío no era suficiente o de repente era muy suficiente y era “inrretribuible”; una cuestión de realidad. Y si me voy más atras desde mis 12 años aun mis “platonisismos”, porque pareciera que yo siempre he querido amores imposibles, pensaba erróneamente que bastaba con mi amor para navegarlos, y … no.
Esa experiencia y ese callo del paso del tiempo me ha dejado un aprendizaje que ya se ha asentado muy adentro. No sería más ciega a las señales de esas cosas que significaban un reto grande y si había alguna de esas en el panorama, para mi simplemente se volvió ley eso de que el amor ahí ya no cabía y que era mejor evitar el estrellón. Con lo cual hoy en día, es más difícil porque los imposibles sí que son imposibles, y los posibles pues de esos no hay muchos.
Luego está la edad, que, con lágrimas en los ojos, confieso me ha hecho enfrentar unas realidades crueles e innegables. A mi edad y de ahí pa’ arriba eso ser soltero tiene un color muy distinto. No por el número, sino porque el “desgaste” del cuerpo y el crecimiento personal son inversamente proporcionales. A mis 41 no estoy vieja, pero no estoy joven, estoy justo ahí en el lugar donde todavía creo que uno de 25, está interesante, aunque crudo, pero me doy cuenta que yo ya talvez no soy interesante para él, o de repente soy muy interesante para que se apunte. Yo nunca me sentí una mujer “chusca” o de las bonitas del salón, de las rompecorazones, pero si con estilo, de eso no hay duda. Yo siempre he tenido mis turupes por acá y por allá, claramente no cumplía a mis 20 con el ideal de belleza por peso, altura y contextura. Ahora a mis 41, mucho menos, lo que pasa es que ya eso ha perdido el poder del que carcome, pero ahora tiene un poder real. Siento que o me mato por ser la “mujer perfecta”, en lo intelectual, profesional y físico o esta próxima década; donde esa trifecta todavía cuenta, entro en el grupo de las que nos sentimos “desvanecidas” e infra-valoradas. El reloj ya cuenta el tiempo en regresión. No es que me vaya a morir, pero los años no vienen solos, y así como vienen con la deliciosa madurez, la indiscutible sabiduría, los éxitos y la independencia, también para las mujeres vienen con otros miedos. No en vano, las mujeres casadas también sufren de pensar que puedan cambiarlas por una más joven, una novedad, aun cuando todas son como el buen vino. En eso los hombres me parecen de biología demasiado básica, desperdician la mejor parte de sus mujeres olvidando que esas más jóvenes también maduraran tarde o temprano. La naturaleza tan sabia como es, nos hizo para reproducirnos, queramos o no y es claro que ya en la cuarta década no tenemos ese atractivo porque el cuerpo no promete reproducción. Si del mundo animal se trata, la juventud siempre en eso tendrá su atractivo. Yo últimamente, sufro de pensar que hay algo más en lo que tengo que lucirme, en tener un cuerpo de 20 a mis 41 y un vestir atractivo y sugestivo como de 20 cuando a mis 41 la comodidad me gana sobre todas las cosas. Básicamente ya no me siento muy seductora y creo que a los 50 la cosa solo se pone más espinosa; de repente no para J.Lo o Shakira, pero recuerden que esas son es profesionales, e igual que las demás se rompen el lomo por el éxito, y eso en ellas depende de su imagen.
Pero bueno supongamos que mis inseguridades físicas son demasiado banales y no justifican nada porque como dicen por ahí: “la suerte de la fea, la bonita la desea”. Pues entonces vamos a mis talentos seductores (esos inexistentes) y comparémonos con la competencia. Ojalá existiera una clase de eso, de seducción, así como existían las clases de glamour para señoritas de bien; esta sería la versión para señorita del no sé bien. A mí me impresiona como las mujeres que me rodean cuando la vida les da una voltereta muy rápidamente consiguen un reemplazo y parecen felices, de eso no doy fe, pero de puertas para afuera así parece. Esas mujeres deben ir a unos sitios que yo no frecuento, o que su soltería por nueva que sea, les produce unas feromonas que en mí no destilan intensidades de magnetismos inexplicables, o que saben “buscar”, o que, en su búsqueda, cualquiera cosa sirve, o simplemente que tienen una suerte de coincidencia más afortunada que la mía. Debo decir, que en eso si estoy coja, ya se me destiño mi capacidad de salir al “acecho”, lo encuentro patético, debilitante y hasta desesperado. (de repente me equivoco, pero cada cual tiene sus taras)
Lo que si estoy segura que estas mujeres tienen, que yo no tengo, cosa que en ocasiones me frustra un poco, aun cuando a ratos entiendo por qué, es que ellas todas tienen a su gente preocupada por su estado civil. Los míos ya están tan acostumbrados a verme bien y feliz que esa “preocupación” no es preocupación. Algunos en el pasado han visto como la vida se me hacía cuadritos cuando me tocaba un desamor y sé que consciente o inconscientemente no quisieran ponerme en “riesgo”. Los entiendo, pero duele saber que eso es como haberse dado por vencidos de que algo me pudiese salir mejor. No tengo el primer amigo, allegado o familia que me haya hecho un date, es decir, ninguno tiene los ojos abiertos a ver si por su vida, que es distinta a la mía, de repente aparece por un momento de suertes un sujeto que pudieran transferirme o invitarme a planes que de repente pudieran abrirme el espectro por un ratico. Yo estoy segura que si alguno de mis hermanos o de mis amigos se separara, en el momento adecuado, yo me volvería una scouter de candidatos porque sabría lo importante y lo chévere que sería para ellos. Pues yo no tengo eso, no es que me este quejando, es que simplemente no lo tengo, y aunque quisiera que cambiara sé que al final mi vida es solo mía, pero si es cierto que algo de envidia le tengo a los que necesitan y tienen quienes los asistan.
Por último, están las dating apps. Seré muy terca, pero ¡como las odio!, que poquito las conozco, que poco se usarlas, que rápido renuncio cuando he hecho el esfuerzo de participar de esa comunidad impersonal y de “búsqueda”. Acá para mi no aplica la noción de querer es poder, es que genuinamente siento que no puedo. Partir de la base de que tengo que seleccionar un poco de fotos donde esté en mis mejores ángulos, donde “parezca” interesante, donde me vea más atractiva, donde las 20 palabras que uso sean las más acertadas, generales y personales todo al mismo tiempo, me da infinita ladilla. Esas fotos son el reflejo de un instante demasiado minúsculo. Escribir y competir con las biografías o las audacia social y comunicativa de otros es demasiada presión tan innecesaria y para rematar debo escoger por una foto igual y una biografía igual de superficial a otros. Pero bueno en este viaje jure que haría el esfuerzo y me metí a 2 aplicaciones. ¡Que tortura más infinita! Pero si algo no me iba a tragar, era no haber intentado. ¡Oh por Dios! si yo me sentía interesante, esto me ha quitado toda la seguridad. Este mundo virtual me ha hecho sentir más ignorada y más incomprendida que nunca, pero seguiré haciendo el esfuerzo que humanamente pueda durante un mes porque además regalé, por no decir boté, bastantes monedas para hacer el experimento. Confieso que no quiero del todo que sea exitosa la búsqueda por ahí porque esa historia para cuando vieja no me genera mucha emoción. Aunque ya no crea mucho en el romanticismo si este nivel de pragmatismo de oportunidad por números me aterra, además sin una amiga cómplice con la cual divertirme jugando al juego de dating virtual es demasiado difícil y tediosa la operación conquista.
Pero hablando a calzón quitado, expresión que me parece paradójica para este texto, a mí me cuesta muchísimo aceptar o decir que necesito marido, por un lado, no me lo creo del todo, por otro me hace sentirme como una versión un tanto príncesa, un tanto desesperada y un tanto des-empoderada. Me es difícil creerlo porque estoy bien, estoy contenta, estoy satisfecha, realizada y rodeada, pero digamos que no del todo completa, sigo pensando que la vida sola se percibe muy infinita, larga y monótona. Así que esto es lo más cercano que puedo trasmitir respecto a esta área de mi vida, que mi romanticismo desteñido sería feliz que cambiara, pero que mi realidad poderosa estaría bien si no lo hiciera. De pronto me topo con un millonario como quisiera Diana y de pronto consigo el marido para Marce antes que para mí. Lo cierto es que el “marido” no creo que caiga en mis redes buscándolo, sino más bien encontrándomelo, ahí es donde la vida, el destino, la suerte o como quieran llamarlo tiene que meter su mano, porque la mía no es tan poderosa.
Remato diciendo que de los miedos más grandes que tengo de regresar a casa es pensar que allá no tengo recursos, ni mundos grandes y que ahí si estaré echada a la suerte y seré esclava de eso, y que igual que quienes me rodean, perderé de nuevo la fe en que para mí hay un “final feliz”.