Cuando la marea se calma y el disco duro interno archiva y abre campo, porfín, se pueden ver con claridad algunas arrugas del alma y algunos nudos de la mente. Ya parece que el tren ha cogido rieles y el horizonte se ve más claro, he quedado aquí, parada, en una nueva vida, con mil ilusiones y nuevos retos por descifrar; sin afán, sin presiones absurdas, solo con la cotidianidad de sueños en movimiento. Entonces, por fin después de tanto agite, de tanto anhelo, de tanta emoción desmedida y de tanta sorpresa, mi momentánea estabilidad me deja ver hacia adentro por primera vez en algún tiempo.
Tan acostumbra estoy ya de estar indagando sobre mí, para corregir, para mejorar, para controlar los aspectos de mis voluntades voluntariosas, que fue extraño durar tanto tiempo sólo confiando en mi última versión. Pero ahora ya los espejismos de realizaciones y éxitos no me deslumbran y una vez más le tengo miedo a este juicio mío, que critica y sufre por equivocarse.
Así que con tan solo un par de horas de hablar y de cuestionarme, descubrí un par de DETALLES mayúsculos que me mortifican y entendí su porqué, su cuando, su dónde, y ojalá después de digerirlo todo pueda entender su cómo.
Mi primera mortificación tiene que ver con la tolerancia. Debo decir que siempre he sido intolerante e impaciente, muy borderline. Pero durante un tiempo significativo de mi vida, aprendí a dominar y aceptar para sentirme orgullosa de mis interacciones y para poder lograr ser, en ultimas, una mejor persona. Pero como con todo lo que se aprende, cuando no se practica se va olvidando y últimamente me ha vuelto a visitar la culpa. Cómo es de horrible la culpa sobre todo cuando se es culpable. Mi intolerancia se ha vuelto a apoderar de algunos campos de mi vida y en ocasiones logra dominarme. En esta ocasión, además siento que un poco de soberbia la acompaña y esa es la que más hiere; y yo no quiero herir. Si bien soy perfeccionista, exigente, puntual y me desespera la mediocridad, lo que más me descompone es la frustración de que me cambien los planes, las promesas y los tiempos.
¿Pero porqué será que me descompone? Que me mortifique, ¡claro! no creo que haya alguien a quien le guste que no le cumplan, o que lo sorprendan con deseos a medias. Pues bien, caí en cuenta hace poco de que tuve el peor de los cambios de planes en una edad cuando el carácter está tomando sus visos distintivos; murió mi papa y desde ese momento ninguna de las estabilidades que me agarraban con candado, volvieron a ser iguales. Me sorprende que yo con tanto self-awareness no haya hecho la conexión antes. Creo que ahí empezó la primera de las crónicas de mi piel, de esas que lo recubren todo pero que no se sienten sino hasta que las cosquillean.
Para a mí cada vez que una sorpresa frustrante e inesperada me hace cosquillas, mi instinto de supervivencia salta a defenderse, a protegerse, porque consciente o inconscientemente siempre traduce el resultado en dolor. Y como el dolor me aterra, instintivamente disparo con reacciones atravesadas para protegerme. Como con un grito para trasmitir algún descontento, o en el cinismo soberbio de comentarios que anulan y hieren.
¡No tengo duda, no me gusta eso de mí! Y como ni de vainas usare la frase “pues así SOY yo.” más bien digo “así HAGO yo”, dos cosas muy diferentes, porque el HACER se puede corregir. Seguirán cambiando mis planes, seguiré teniendo expectativas que no se cumplirán y sobretodo que no dependerán de mí, seguiré viviendo en un país en donde ser puntual es llegar 45 minutos tarde y sin avisar, seguiré teniendo visiones que nadie podrá traducir idénticas a como yo las veo. Eso simplemente tendré que aceptarlo radicalmente, pero la gracia estará en definir cuales incidentes requieren de una reacción inmediata y tajante y cuales al fin de cuentas no son graves e intrascendentes y requieren un poco de flexibilidad para sobrellevarlas sin mortificarme, sin hacer sentir mal a nadie y sin castigarme complicándolo todo más y quedando con culpas difícilmente corregibles de un ego poderoso.
El segundo de mis fantasmas por estos días está un poco más fuera de mi control, pero también me sorprende no haberme hecho consciente de eso antes. Este mismo evento en mi vida donde el abandono involuntario rasgó un poco mi historia, me dejó otro rito medio bendito y medio maldito que creo que hoy por hoy cobra un precio alto a cambio de unas victorias deliciosas.
Aprendí muy rápido que perder a alguien duele tanto que siempre sería mejor no tener vínculos tan fuertes, que sería ideal y mejor ser autosuficiente para no doler. Desde entonces, mi manera de abordar una pérdida; en especial de alguien que me protegía y que me contenía tanto, fue convertirme en ese alguien. Durante la vida me he arriesgado varias veces y he entregado un pedazo de mí para que lo tenga alguien, me he permitido “depender” en lo emocional de otro y me he enamorado. Cuando porfín vivo en el espejismo de lo “eterno” por unos meses y de repente pierdo, vuelvo a sentir ese dolor tan punzante de años atrás que se disfraza en medio de un dolor de corazón, pero que es mucho más que eso.
Claro, sé que yo tengo control sobre mí y no mucho más, entonces cuando he perdido, me he reconstruido para no depender y he tomado esas cosas que me hacían falta y me las consigo sola, a mi manera, mejoradas y lo que es mejor entregadas por alguien que jamás podrá o querrá herirme; YO. De nuevo, es que escoger el dolor es suicida, para valientes y yo últimamente he escogido ser “cobarde” envalentonándome y empoderándome tanto conmigo, por mí y para mí, que alcanzarme se ha vuelto más difícil. Una estrategia segura, pero sin duda solitaria. Suena contradictorio, porque siempre será mejor sentirse dueño de su vida, pero como yo no visito los puntos medios, perfeccione eso de ser autosuficiente e independiente y sin darme cuenta he aislado la oportunidad de hacerme vulnerable y he renunciado a redes del AMOR. No nos digamos mentiras no es una coincidencia que la palabra amor y dolor rimen.
¡Este sí que es un momento EUREKA! Ya entiendo un nuevo porqué y ahora tengo que ver como muevo hilos y fichas para abordar mi seguridad de hoy, y dejar que se derrita un poco para que me deje dejarme querer.